El título de este artículo llama la atención: “La Dignidad Humana: hacia su comprensión holística”. ¿Qué más se puede decir sobre esta cuestión? ¿Cuál es su importancia y prioridad? Si bien es posible que resulte obvio para unos, no lo es para todos. “La dignidad” es considerada como una categoría moral, “piedra angular” de la ética, pero también de la religión, el derecho y la política, siendo así expresada por diversos pensadores en el acontecer de la historia . Más aún, ¿por qué recalcar algo que resulta obvio? La razón radica en que “la dignidad” no es tan incuestionable como parece. Muchos expresan que este tema no sea más que letra impresa que reposa en bellos anaqueles y bibliotecas, entre tantos manifiestos, declaraciones y artículos de leyes, pero no en los corazones y mentes de hombres y mujeres de nuestro tiempo. Motivo por el cual, se constituye en letra muerta, en un abstracto y superfluo argumento jurídico-político.
La “dignidad” es un concepto cuya profundidad apenas se ha escarceado a lo largo de la historia de la humanidad. Por ello, siempre ha habido quienes lo consideran un concepto “vacío” por no contemplar la complejidad que este conlleva . Donde cada pensador ha destacado ciertos factores conceptuales, unos concordantes y otros no, pero todos convergentes a sus efectos inmediatos: la libertad y la igualdad, el respeto y la honorabilidad de todo ser humano. Esta conceptualización dependerá principalmente de diversos enfoques o modelos particulares desde donde se establecen referentes y horizontes de reflexión, por ejemplo, desde el:
Retomando el paradigma antropocéntrico, uno puede cuestionarse: ¿Hay que degradar el concepto de la dignidad o por el contrario hay que reforzarlo, corrigiendo sus malas interpretaciones y las supuestas potestades ejercidas, por ser injustas y abusivas en el ejercicio del poder y uso de los bienes naturales? Más aún, retomando el paradigma teocéntrico: ¿Acaso no es deber del hombre el cuidar de tu “hermano” y del “Edén” dado en comodato?
Sin embargo, Burrhus Frederick Skinner sostenía que el ser humano sólo conseguirá la felicidad cuando se libre de dos mitos ensoberbecidos y absurdos: la dignidad y la libertad . Más tarde, Richard Rorty comenta que la afirmación de la dignidad humana por encima de la dignidad animal no es más que una petulancia injustificada de una especie que sabe hablar . ¿Entonces debemos prescindir de ella? Aunque José Antonio Marina y María de la Válgoma, consideran que la dignidad es una invención imprescindible para alcanzar la felicidad. La dignidad en la actualidad se plantea más entre una disertación por la felicidad y la justicia, que en su fundamento ontológico y su consecuencia inmediata la libertad y la igualdad.
Robert Spaemann expresa: «el ateismo despoja a la idea de dignidad humana de fundamentación (...). No es una casualidad que tanto Nietzsche como Marx hayan caracterizado la dignidad sólo como algo que debe ser construido y no como algo que debe ser respetado” . Dicha observación viene a conectarse con otras ideas que subrayar la peculiaridad de la situación moderna del individuo. Así, entre otros, Charles Taylor se refiere en las Fuentes del yo a la “pérdida del horizonte” a la hora de definir al individuo humano en la modernidad o también, Paul Valadier habla de “la ruptura ontológica y la soledad del sujeto moderno».
El concepto de dignidad está íntimamente vinculado al concepto de “persona”. La dignidad aparece como el predicado esencial de la persona. Este predicado, después de la Declaración de Los Derechos Humanos, aparece todavía más claro a la razón humana: la dignidad pertenece a todo ser humano, y ésta no le viene por su pertenencia a una clase social, étnica, color, raza, libre o esclavo, o por el lugar más o menos alto que ocupa en la pirámide del poder político o social, sino por ser quien es: persona. La persona, entonces, es y se realiza.
De allí es importante superar su sentido originario: la “máscara que creemos ver o interpretar de un personaje en el escenario de la vida”. Ergo, es solo algo ficticio, artificioso o aparente. ¿Será por eso que consideramos la dignidad como una eventual pantalla de nuestro actuar en la sociedad? ¿Será por eso que cualquier homínido superior o ser vivo se le puede atribuir dignidad, como otrora el “alma”? ¿Será que la evolución homínida y el desarrollo del “espíritu” no sea una cualidad que le otorga singularidad sobre otras especies? ¿Todo debe ser analizado desde la razón humana?
Sin embargo, otros han considerado la “dignidad” y la “persona” como un mero “mérito” o “premio” adquirido, por ser de una casta o estar en un rol destacado en la sociedad o por haber sido lograda por actos extraordinarios, o simplemente por ser descendientes de una herencia nobiliaria o de fortuna. ¿Será por eso que, por restarle atributos artificiales a la naturaleza humana, el respeto se gana y no es una condición natural?
Para otra gran mayoría, la “dignidad” es un tema que a pocos les gusta hablar, salvo para reivindicar una posición cuando se encuentran perdidos o están en situaciones de injusticia, o como argumento de clemencia para victimarios y víctimas.
Una matriz de opiniones aleatoria, siempre detecta cierta frecuencia de términos relacionados con los derechos de la persona y su dignidad, aunque en el fondo sean de carácter superfluo. Eso sí, todos la mencionan cuando quieren exigir sus derechos. ¿Será que replican lo que han oído argüido por juristas, abogados y defensores de los derechos humanos?
Lo cierto es que la “dignidad” pareciese un “término oculto” de la ética, la religión, el derecho y la política, donde se presume que todo problema ético o moral, conlleva el menoscabo y deterioro de sus fundamentos. Así mismo, este término es empleado para decosificarnos y distinguirnos como “sujetos” en el mundo, en la sociedad.
Por otro lado, nadie podrá negar nunca que la “dignidad” surgiese más en medio de “pozos de lágrimas”, producto de ignorancias, exclusiones, odios, dogmatismos, miedos, agresiones, padecimientos y muertes, que fruto de disquisiciones filosóficas. “Lagrimas” que han permeado en la inmanencia del ser contrastándose con las bases naturales del ser-ético, del ser humano, del ser-en-relación y del ser-finito.
La dignidad del ser humano radica en su valía, cuya toma de conciencia dispone a una actitud que pide respetar ese valer. Vista así, la dignidad adquiere un significado distinto según qué sea lo que el hombre valore de su ser. Y esto está influido fuertemente por la cultura en que se viva.
Boecio en el siglo V define a la “persona” como «Naturæ rationalis individua substantia» (la sustancia individual de la naturaleza racional). Reflexión que Tomás de Aquino profundizará en la Suma Teológica Parte I, cuestión 29 desde su artículo 1.
Definición que extrapolándola a la luz del siglo XXI, diría: “persona” es toda substancia individual desde la integralidad del ser (tanto racional como emocional), así como desde su identidad e intimidad. La “dignidad” y la “persona” se vinculan en un concepto continente para todo ser capaz de desarrollar su personeidad y personalidad, como plantearía Xavier Zubiri en sus obras. En otras palabras, me refiero al ser capaz de profundizar su naturaleza humana (lo ontológico) y su actuar humano (lo axiológico).
La vulnerabilidad en el ser se manifiesta de diversas formas, p.ej., el sufrimiento, el dolor, la exclusión o cualquier precariedad y debilidad de la condición humana, condiciones mínimas de existencia. De este modo, la filosofía moral y política han tenido el interés en defender un concepto “restringido” de dignidad, de donde derivarían “las condiciones mínimas morales de una convivencia humana aceptable” según las palabras de Hoerster . Dworkin, abunda en un sentido similar cuando propone un concepto “limitado” de la dignidad como «derecho a no sufrir la indignidad, a no ser tratado de manera que en sus culturas o comunidades se entiende como una muestra de carencia de respeto».
¿Qué ocurre cuando aún no se le ha dado oportunidad de lograrlo? Es más, ¿Qué ocurre cuando sus capacidades se han degradado o perdido a causa de un accidente, enfermedad o vejez? Asimismo, ¿quién defiende los derechos de los nasciturus, los enfermos crónicos, ancianos y moribundos? Obviamente, ello incluye múltiples situaciones límite desde la biogénesis del ser hasta los diversos escenarios tanatoéticos, se citan p.ej., en torno al:
La vulnerabilidad humana debe tenerse en cuenta a la hora de identificar los rasgos de la naturaleza pero no puede constituir el fundamento de la dignidad.
Se establece que la “dignidad” no puede ser “algo” exclusivo o discriminativo, sino por el contrario “universal” y extensible para todo ser de la especie homo sapiens.
Se reconoce que sobre este tema ha existido y existe en las diversas formas del pensamiento humanista una convergencia hacia el reconocimiento de la grandeza y dignidad del hombre . Independiente de las tendencias políticas y económicas vigentes, salvo en las formas extremas o tiránicas del ejercicio de poder.
Se lamenta que a lo largo de toda la historia de la humanidad se encuentran tantos hechos de abuso, agresión y muerte por racismo, xenofobia, inmigración, violencia, discriminación, intolerancia, terrorismo y esclavitud. En la actualidad, se encuentran algunas situaciones que arguyen hacerse en nombre de la ciencia y la tecnología.
Lamentablemente, aún en este siglo XXI se siguen repitiendo los mismos errores del pasado, como si nunca hubiese aprendido de la historia. La deshumanización del hombre contemporáneo, nos impulsa a los grandes problemas éticos y políticos de la actualidad.
En la primera mitad del siglo XX, período en que se coaguló un conjunto de factores que desencadenaron la universalización de este macro-principio, a grandes rasgos: las dos guerras mundiales; la xenofobia y el maltrato a múltiples grupos étnicos y religiosos; el voto de la mujer y la reivindicación del género; la violencia enraizada y justificada por interpretaciones reduccionistas. Asimismo, por otro lado, las personas o ciudadanos no se alarman o no reaccionan ante un supuesto estado de derecho constitucional bajo un ejercicio despótico y hasta despiadado del poder, por quienes gobiernan ciertos países, lo que conlleva a situaciones límites de incertidumbre e inseguridad jurídicas que amenazan con llegar a ser permanentes.
En uno de los primeros esfuerzos más globales realizados por estadistas y juristas internacionales, planteó que la dignidad humana es el imperativo categórico de nuestro tiempo, tal y como versa en el artículo nº 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU, 1948): «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» es un logro histórico, transcultural e irreversible que establece un mínimo de condiciones centradas en los derechos a la vida, la intimidad y la integridad física y moral de todos los seres del mundo sin ningún tipo de distingo reduccionista.
El tema de la dignidad está vinculado íntimamente a la dupla de dos grandes principios: la libertad y la igualdad. A su vez, para todo ser miembro del linaje humano y por cuyo respeto, se busca la solidaridad y se fundamentan los derechos fundamentales de toda persona sin discriminación alguna en el respeto a la cultura y creencias, a las normas de convivencia humanas.
La “dignidad” pasa a ser en estos últimos cincuenta años en el estandarte de lucha contra la arbitrariedad del poder. La Declaración Universal de los Derechos Humanos se asienta en una tradición secular de reivindicaciones y demandas ante el autoritarismo del poder político, económico y hasta frente a la intolerancia del poder religioso. Pero, ¿es la dignidad un valor forjado y cincelado en el seno de la cultura humanista? ¿Constituye la dignidad una aspiración secular al ejercicio y protección de las libertades identificadas con el ideal democrático?
La frase la dignidad del hombre es inviolable aclara esto de modo inmediato. ¿Quiere esto decir que la dignidad del ser humano no puede o no debe ser violada? El doble sentido de la formulación es un indicio de que el concepto de dignidad humana está asentado en un ámbito precedido por el dualismo del ser y el deber ser”.
La humanización de la especie humana es aún una epopeya en progreso, donde movida por deseos imperiosos y contradictorios, y bajo términos amplios y vagos va redefiniéndose sincrónicamente con los tiempos y sus contextos.
Por lo expresado hasta este momento les pregunto: ¿Tiene sentido que se hable de dignidad en un mundo deshumanizado? Una sociedad que ha transformado “lo social” en “lo individual”, con ciertos comportamientos “autistas” y “miopes”. Un mundo donde la “dignidad” pareciera ser un “comodín” que se emplea cuando uno se encuentra en un dilema ético. Kant en su tercer imperativo plantea: «obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio».
Lo cierto es que la dignidad tendrá sólo sentido en un mundo más humano, más fraterno y solidario, cuyo contraste devela la naturaleza del ser. Por tanto, a medida que irrespetamos, agredimos, abandonamos a nuestro propio ser, al del prójimo y el ambiente, la “dignidad” perderá su sentido.
La dignidad pide en cierta forma la individualización plena y consciente del ser, la autonomía del yo, del “ser-el-que-soy” y al mismo tiempo, pide que trascendamos en el ser-en-relación, en participación y en común-unión.
La educación en valores enseña que la “dignidad” es un valor singular que puede reconocerse en el ser humano por sus actos. Por ello, dichas conductas las podemos descubrir en nosotros mismos o las podemos ver en los demás, generalmente se aprenden más a través del modelaje y se refuerza de lo observado externamente con uno-mismo. Lo cierto es, que no podemos otorgarla ni está en nuestras manos retirársela a alguien. Es algo que viene dado, es innato en nuestro ser; es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada y adecuada que nos lleve a reconocerla y aceptarla como un valor supremo (actitud de respeto), pero nunca a ignorarla o rechazarla.
Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen, a todos los seres humanos. Por eso mismo, aún en el caso de que toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, esta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Aun cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaría en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos.
Este fundamento, logra un magistral desarrollo en Immanuel Kant cuando desde su individualismo ético escribe:
En el reino de los fines todo tiene o bien un precio o bien una dignidad. Lo que tiene precio puede ser reemplazado por alguna otra cosa equivalente; por el contrario, lo que se eleva sobre todo precio y no admite ningún equivalente tiene una dignidad.
Cuanto se refiere a las inclinaciones y necesidades humanas tiene un precio de mercado; lo que, sin suponer una necesidad, se adecuó a cierto gusto, es decir, a un bienestar basado en el juego sin propósito de nuestras facultades anímicas tiene un precio de afecto; pero lo que constituye la condición única bajo la cual algo puede ser fin en sí mismo no tiene meramente un valor relativo, o sea un precio, sino que tiene un valor intrínseco, es decir, dignidad.
La moralidad es la condición bajo la cual un ser racional puede ser fin en sí-mismo; porque sólo por ella es posible ser miembro legislador en el reino de los fines. Así pues, la moralidad y la humanidad, en cuanto que esta es capaz de moralidad, es lo único que posee dignidad.
Para Kant el concepto de dignidad no se asienta exclusivamente sobre la conciencia de sí mismo en cuanto individuo o como sujeto dotado de subjetividad, sino también en cuanto se constituye en un ser-ético, en un legislador o en un político.
La dignidad permite el desarrollo de la personeidad y la ciudadanidad y a su vez, se erige como fundamento del estado de derecho y supraconstitucionalmente en un macroprincipio e imperativo de la humanidad. De la “dignidad” se derivan otros principios en torno al bien-ser, por ejemplo, el principio del respeto: «En toda acción (e intención), en todo fin y en todo medio, por la “regla de oro”, se debe tratar siempre a cada persona como a ti-mismo». Subsecuentemente, devendrán los debidos al cuidado de los demás, como los principios de no-malevolencia y de benevolencia: «En todas y en cada una de tus acciones, evita dañar a los otros y procura siempre el bienestar de los demás». Así como el principio del doble efecto y proporcionalidad: «Busca primero el efecto beneficioso. Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, asegúrate de que no son previsibles efectos secundarios malos desproporcionados respecto al bien que se sigue del efecto principal»
La dignidad en la búsqueda del bien-hacer, se sustentará en la profesionalidad y en el principio de Integridad: «Compórtate en todo momento con la honestidad de un auténtico profesional, tomando todas tus decisiones con el respeto que te debes a ti mismo, de tal modo que te hagas así merecedor de vivir con plenitud tu profesión».
En contraparte, la dignidad en el bien-tener, se sustenta en el principio de Justicia: «Trata a los otros tal como les corresponde como seres humanos; sé justo, tratando a la gente de igual forma. Es decir: tratando a cada uno de forma similar en circunstancias similares».
Según lo expresado anteriormente, el tratar de responder “¿qué es dignidad?” no se pretende para que esta sea la última solución ni una panacea provisional, sino una reflexión que aporte fundamentos para seguir profundizando sobre este tema en la hermenéutica actual y que se trascienda sobre la esencia del ser humano en forma holística. Y como plantean algunos autores, la búsqueda de la dignidad con miras al logro del fin último del ser humano, la felicidad , su autorrealización personal y la justicia social, como fines y valores intrínsecos de cada ser humano. Por ello, la “dignidad” corresponde al “lugar” primario de apelación ética, tanto en los sistemas morales religiosos como en las pretensiones de construir una ética civil fundada en la autonomía de la razón humana. Si bien algunos llegan a plantear que la “dignidad” es una invención humana, es el “lugar” imprescindible para alcanzar la felicidad.
La dignidad no es un “lugar” absurdo ni un mito, sino es un “norte” de humanidad que permite orientar al hombre y la mujer en su azaroso deambular por el mundo, tal vez con rumbo planificado, pero sin mapas ni principios. Por ello, la “dignidad” evita que alcancemos más naufragios, por el contrario, lleguemos a puerto seguro, a encontrarnos con los nuestros, a sentir que construimos una sociedad más humana, más fraterna y caritativa.
La dignidad como realidad ontológica de la persona humana, adquiere traducción ética mediante la consideración de su ser-ético (dimensión axiológica). Emmanuel Mounier considera a la persona como un:
Ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser, que mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla, por añadidura, a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación.
La “dignidad” es vista en la actualidad como una categoría multidisciplinar, producto de la reivindicación y conquista histórica de los derechos naturales del ser humano, para constituirse en el imperativo categórico de nuestro tiempo y que permite mediante la libertad irreductible y propia, con responsabilidad ética y con una capacidad inexorable la construcción de una cultura de la vida y una sociedad donde se conviva en armonía y justicia. La dignidad evoluciona en la medida que la racionalidad y las libertades individuales consolidan la democracia y las seguridades jurídicas y políticas de solidaridad en los pueblos.
Por ello, como Aristóteles indicaba, el hombre busca como gran fin, la felicidad, reiterándose en diversos pensadores, «todos los hombres tienen una inclinación invencible a la búsqueda de la felicidad» , como decía Mounier.
La “dignidad” se construye a partir de la “naturaleza humana”, se constituye en el primer artículo constitucional, en el principal artículo supraconstitucional que defiende un derecho natural fundamental . Luego, la “dignidad” es la fuente de los derechos, un axioma ético-jurídico del derecho de persona y constitucional. Por eso podemos afirmar que la “dignidad” es un acto constituyente. De esta manera, la dignidad ha encontrado su mejor definición operativa en el concepto de derechos prelígales (derechos subjetivos, innatos o derechos morales), los que a su vez se han concretado en los llamados derechos humanos.
Para finalizar, la “dignidad” se asemeja a la suave fragancia que nos extasía al apreciarla en momentos de soledad, angustia, rabia, opresión o situación de gravedad. Ésta, logra revitalizar con su aroma la sensibilidad, inmanencia, individualidad e integridad de la persona, dándole esperanzas por vivir y restituir todo lo perdido, que a la larga no es más que lo material, lo efímero.
La dignidad sólo tiene sentido cuando ésta vitaliza el ser-que-somos, nos hace ser seres humanos plenamente y nos orienta a tener la justicia y la armonía con quienes nos rodean. Un ser-capaz-de-amar (ens-capax-amoris) o un ser-bondadoso, comprensivo y sensible a los infortunios ajenos.